Empiezo, y espero que las ganas me duren mucho tiempo, una sección con poemas de otros. Autores más o menos conocidos pero que han llegado hasta mí para removerme ideas y/o emociones y que me apetece compartir con vosotros.
Espero que los disfrutéis tanto como yo.
Miguel d'Ors
NO INTENTES ENGAÑARTE
Tú sabes que es inútil;
no intentes engañarte.
Por lejos que te vayas
nunca habrás ido lejos.
Podrás ir y venir
por cielos y por mares:
Denver, Valparaíso,
las chozas harapientas
de Dharbang, el otoño
en los arces de Ontario,
las noches guaraníes,
hechas de azul y música,
las hijas de las islas,
sus ondulantes coros,
sus senos inocentes,
sus risueñas guirnaldas
de bienvenida… Pero
tú sabes que la huida
nunca será verdad,
que vayas donde vayas
siempre te encontrarás
esta misma tristeza.
Que allá donde hayas ido
estarás siempre tú.
PALINODIA
Que me dejes en paz, que ya me aburres. Mira
que eres pesada. A estas alturas de la vida
ya te conozco algo, especie de Antoñita
la Fantástica, y es estúpido que sigas
intentando enredarme —que si aquella llovizna,
que si los viejos robles, el olor de Galicia,
las vacas, los abuelos, las campanas...—. No insistas:
ya sé que todas tus historias son mentira,
que nada sucedió como tú me lo pintas.
Déjame en paz, memoria; no me cuentes mi vida.
INSISTO
Mi
vida: tantos días
que no estuve en El Cuzco
ni en Siena ni en Grenoble,
tantos aviones rubricando el cielo
en los que yo no iba, tantas voces
cuyo calor jamás
tocó mi corazón.
Sólo el tiempo, vacío,
sólo el tiempo, esta estepa
desesperada, sólo
ver los martes, los miércoles, los jueves,
ver cómo se suceden, implacables,
los tubos de Colgate.
AQUEL SABOR
Los
veranos de “A Costa” rebosaban manzanas:
las
del camino, miniaturas rojas
de
acidez apretada;
aquellas
otras verdes y duras que caían
en
el regato del pilón pequeño;
las
caquis, tabardillas, que eran como
manzanas
que estuvieran en la mili;
las
del “Souto” con su dorado mitológico…
Muchas
y diferentes; pero yo prefería
las
de los dos manzanos del prado de Donila.
Era
saltar su muro (con aquella
emoción
de peligro
-una
emoción como de Hazañas bélicas-),
encaramarse
al árbol
entre
una desbandada de pájaros rivales
y
meterse en la ropa cuatro o cinco manzanas
apresuradas.
Eran rojas, pequeñas, ácidas:
iguales
a las nuestras del camino;
y
sin embargo en ellas encontrábamos
un
no sé qué distinto.
El
tiempo iba a enseñarme que aquello era el sabor
de
lo prohibido y de la aventura.
Quizás
aquel sabor es lo que voy
buscando
en cada instante de la vida
ahora
que todo sabe a gris reglamentario
y
las cosas no son más que las cosas;
quizás
escribir versos sólo sea
otra
manera de robar manzanas.