domingo, 15 de agosto de 2021

Empiezo, y espero que las ganas me duren mucho tiempo, una sección con poemas de otros. Autores más o menos conocidos pero que han llegado hasta mí para removerme ideas y/o emociones y que me apetece compartir con vosotros.

Espero que los disfrutéis tanto como yo.

Miguel d'Ors

 

NO INTENTES ENGAÑARTE

 

Tú sabes que es inútil;

no intentes engañarte.

Por lejos que te vayas 

nunca habrás ido lejos.

Podrás ir y venir

por cielos y por mares:

Denver, Valparaíso, 

las chozas harapientas

de Dharbang, el otoño

en los arces de Ontario,

las noches guaraníes,

hechas de azul y música,

las hijas de las islas,

sus ondulantes coros,

sus senos inocentes,

sus risueñas guirnaldas

de bienvenida… Pero

tú sabes que la huida 

nunca será verdad,

que vayas donde vayas

siempre te encontrarás

esta misma tristeza.

Que allá donde hayas ido

estarás siempre tú.

 

PALINODIA

Que me dejes en paz, que ya me aburres. Mira
que eres pesada. A estas alturas de la vida
ya te conozco algo, especie de Antoñita
la Fantástica, y es estúpido que sigas
intentando enredarme —que si aquella llovizna,
que si los viejos robles, el olor de Galicia,
las vacas, los abuelos, las campanas...—. No insistas:
ya sé que todas tus historias son mentira,
que nada sucedió como tú me lo pintas.

Déjame en paz, memoria; no me cuentes mi vida.

 

 

INSISTO

 

Mi vida: tantos días
que no estuve en El Cuzco
ni en Siena ni en Grenoble,
tantos aviones rubricando el cielo
en los que yo no iba, tantas voces
cuyo calor jamás
tocó mi corazón.
Sólo el tiempo, vacío,
sólo el tiempo, esta estepa
desesperada, sólo
ver los martes, los miércoles, los jueves,
ver cómo se suceden, implacables,
los tubos de Colgate.

 

 

AQUEL SABOR

 

Los veranos de “A Costa” rebosaban manzanas:

las del camino, miniaturas rojas

de acidez apretada;

aquellas otras verdes y duras que caían

en el regato del pilón pequeño;

las caquis, tabardillas, que eran como

manzanas que estuvieran en la mili;

las del “Souto” con su dorado mitológico…

Muchas y diferentes; pero yo prefería

las de los dos manzanos del prado de Donila.

 

Era saltar su muro (con aquella

emoción de peligro

-una emoción como de Hazañas bélicas-),

encaramarse al árbol

entre una desbandada de pájaros rivales

y meterse en la ropa cuatro o cinco manzanas

apresuradas.

            Eran rojas, pequeñas, ácidas:

iguales a las nuestras del camino;

y sin embargo en ellas encontrábamos

un no sé qué distinto.

 

El tiempo iba a enseñarme que aquello era el sabor

de lo prohibido y de la aventura.

 

Quizás aquel sabor es lo que voy

buscando en cada instante de la vida

ahora que todo sabe a gris reglamentario

y las cosas no son más que las cosas;

quizás escribir versos sólo sea

otra manera de robar manzanas.

 

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