Todo lo que vivimos:
aquel bar en Puerto Viejo
con tiroteo incluido,
mis ojos prendidos para siempre
de la Venus de Urbino
aquella mañana en los Uffizi,
tu boca inesperada y violenta
junto a aquel portal,
la suite para chelo
arañando mi espalda,
el asombro de nuestros ojos
contemplando como a un Dios
las vidrieras de la Sainte Chapelle,
tus manos rozando las mías
en piazza Navona...
Y todo lo que abandonamos:
la lista de la compra,
las ojeras de un lunes,
la cita en el dentista,
el tedio de los domingos,
las comidas familiares,
las facturas de la luz...
Porque jóvenes y presuntuosos,
emborrachados de lo sublime,
no supimos ver en lo cotidiano
ni rastro de la belleza.
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