sábado, 25 de abril de 2020



Por el camino empedrado baja lento y sinuoso un mantial que viene desde algún lugar aún desconocido.
Se filtra por las piedras, desaparece y vuelve a aparecer siguiendo el curso
marcado por los hombres durante la época de los romanos.
Esta calzada por la que ahora paseo fue lugar de peregrinación hacia una
ermita ahora abandonada en lo alto de un cerro.
Poco queda de ella salvo la magia del silencio que acuna el lugar, y en estas horas, mis deseos de encontrar la paz, la fe o la esperanza en un ser superior que guíe mi camino.
No sé de rezos así que cierro los ojos, respiro profundamente y espero la iluminación divina o al menos alguna señal. Pero nada de eso ocurre. Entonces llega hasta mí el olor de los naranjos que rodean la ermita. Abro los ojos y contemplo el valle y el canto de algún pájaro al que no sé ponerle nombre y es entonces cuando descubro lo místico de este lugar: la naturaleza imparable abriéndose paso entre los muros abandonados, el canto de las aves, los naranjos floreciendo y el agua corriendo por el camino, libre de todo mal.
Amén.





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